El platino se considera el non
plus ultra, el más allá del oro: de ahí que después del disco
de oro, te concedan el disco de platino; o que American Express haya sacado una
tarjeta de crédito superior a la de oro, la de platino, allá por el 1984. Sin
embargo, la razón de que el platino parezca más valioso que el oro se
debe casi en exclusiva a una moda.
Todo empezó con Cartier a finales
del siglo XIX. Louis Cartier fue quien diseñó el primer reloj
de pulsera. La razón no podía ser más práctica: Santos Dumont, uno
de los primeros aeronautas de la historia, tenía dificultades para comprobar el
tiempo que llevaba volando en su avión, pues necesitaba las dos manos
para pilotar. De hecho, aún hoy se pueden adquirir los relojes Dumont-Cartier
tal y como entonces se fabricaban.
Cartier también introdujo otra
novedad en el material de lujo del que debían estar confeccionados los
ornamentos. Los diamantes, a su juicio, precisaban de monturas incoloras;
el oro era discordante y se consideraba vulgar; la plata tenía tendencia a
empañarse, y tal y como sucedía como el oro, era demasiado blando.
Así que Cartier escogió otro
metal para sus relojes de pulsera: el platino, tal y como explica Hugh
Aldersey-Williams en La tabla periódica:
El duro platino aseguraba que
los engastes de Cartier, especialmente los de las piedras mayores, podían
hacerse casi invisibles y aun así resultar muy duraderos. El lustre ligeramente
gris del metal comparado con el oro o la playa aseguraba que la atención se
centrara sólo en las joyas. La innovación de Cartier desencadenó una moda por
el platino en la joyería más suntuosa que perduró hasta el inicio de la segunda
guerra mundial, cuando el metal se racionó rápidamente debido a su utilidad
como catalizador en procesos químicos importantes, como la fabricación de
explosivos.
El oro, la plata y el bronce,
como jerarquía de valor, fue introducida por primera vez en los Juegos
Olímpicos de Saint Louis en 1904: en los Juegos Olímpicos de la Antigua
Grecia, por el contrario, se premiaba a los ganadores con simples laureles.
Cartier, sin embargo, gracias a su innovación en la joyería, destronó esa
jerarquía, al menos en determinados ámbitos, como la alta sociedad… o el mundo
de la música.
Porque, como ya se ha dicho, un
disco de oro se concede a un intérprete que ha vendido más de un millón de
ejemplares de una canción. Perry Como fue el primer artista
internacional en conseguirlo. Al aumentar las ventas, el disco de oro se volvió
tan frecuente que se buscó una alternativa más suntuosa: introdujo el
disco de platino en 1976, profundamente influenciado por Cartier.
Según las normas actuales, el
álbum consigue el oro cuando vende 500.000 unidades, y el platino cuando llega
a un millón.
Nada de eso tenía ya que ver
con el aspecto o las propiedades del platino metal. Ni tampoco estaba
relacionado con su rareza que, como hemos visto, no es mayor que la del oro.
Para la mayoría de nosotros (que no somos Wallis Simpson) la categoría del
platino es el producto de unas pretensiones sociales más complejas. Si
percibimos que el platino es más deseable que el oro es debido totalmente a una
asociación inversa: porque sabemos que un disco consigue el platino después de
haber conseguido el oro, o que una tarjeta de crédito platino es más difícil de
conseguir que una oro.

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