La vida moderna es
posible gracias a que conocemos los metales y sabemos cómo usarlos. Estos soportan
nuestros edificios y puentes, nos permiten volar, navegar y desplazarnos,
sustentan la producción industrial y el comercio. Con los metales medimos el
tiempo, hacemos monumentos, rendimos culto, nos adornamos, producimos arte y
hacemos la guerra. Pero esto no ha sido siempre igual.
Antiguamente no se
conocían los metales. Cuando se descubrieron y se aprendió a trabajarlos cambió
la vida de los pueblos. La historia de los metales se inició hace cerca de
nueve mil años en el Próximo Oriente. El primer metal utilizado fue el cobre;
en Palestina y Anatolia los antiguos pobladores martillaron trozos de cobre
nativo para formar herramientas. En los siguientes siglos se aprendió a extraer
cobre de los minerales y mezclarlo con estaño para formar bronce.
El bronce le
permitió a los imperios de la antigüedad producir armas para los ejércitos de
conquista. La agricultura y la artesanía tuvieron herramientas fuertes y la
producción creció. Desde entonces los metales sirvieron para muchos fines. El
oro y la plata adornaron a los grandes personajes y los acompañaron en sus
sepulcros. El culto religioso se sirvió de ellos para elaborar ornamentos y
símbolos.
Nuevos procesos
técnicos hicieron posible utilizar otros metales: herramientas y armas más
fuertes, edificios reforzados con ganchos y puertas con cerraduras y herrajes.
El hierro le dio a las naciones que lo producían una gran ventaja; en estos
reinos los gobernantes demandaron más y mejores adornos. Crecieron así, lado a
lado, la metalurgia del bronce y el hierro y la orfebrería del oro y la plata.
Para el 1000 antes
de Cristo casi todos los pueblos del Viejo Mundo tenían metales; desde el
Mediterráneo, pasando por Persia e India, se hicieron en bronce y oro armas,
instrumentos y adornos variados. Desde China la metalurgia se extendió a Japón,
en donde los aceros armaron a los samuráis, y también al sureste asiático cuyos
templos se coronaron con cúpulas doradas.
Para la época en que
cayó el Imperio Romano los implementos de metal eran parte de la vida diaria.
Ya no se podía entender el comercio sin la moneda ni las actividades cotidianas
sin herramientas metálicas. Las religiones del mundo antiguo en Asia, África y
Europa, recurrieron al oro y la plata para forjar los objetos sagrados. En el
convulsionado mundo medieval chocaron en la guerra los metales de Occidente y
los de Oriente.
Desde 1300 los
estados del occidente de África, al sur del Sahara, usaron el bronce para
decorar las ciudadelas reales. Para surtir de materias primas a los herreros y
distribuir sus productos se organizaron caravanas que cruzaban el desierto. Los
orfebres africanos se convirtieron en maestros de la fundición; los adornos y
delicadas miniaturas comunican una profunda simbología.
Los antiguos
suramericanos empezaron a trabajar el cobre y el oro alrededor de 1500 antes de
Cristo. Unos mil años más tarde varias culturas andinas adornaban a sus líderes
con suntuosos atuendos. El oro y la plata se reservaron para los gobernantes y
la religión; los objetos rituales y simbólicos comunicaban una visión del mundo
que compartía toda la sociedad.
En el año 500 de
nuestra era la metalurgia ya era una actividad corriente desde México central
hasta el norte de Chile y Argentina. En cada región surgieron estilos propios:
en México, figuras en lámina; en Centroamérica, pequeños adornos de oro; en
Colombia y Ecuador, adornos de tumbaga dorada; en Perú, coloridos atuendos de
cobre dorado y plateado; en los Andes del sur, placas de bronce.
La metalurgia en la
Colombia prehispánica fue, ante todo, orfebrería. En dos mil años surgieron
muchos estilos diferentes y se fabricaron miles de piezas para el ritual y la
ofrenda. Los indígenas manejaron con maestría el oro, el cobre, la tumbaga y el
platino. La conquista europea, en 1500, truncó este desarrollo y causó la
desaparición de la producción orfebre.
En los últimos 300
años la producción de metales ha tenido un gran avance. La gran industria usa
millones de toneladas de metales cada año; también las sociedades no
industriales consumen cada vez más metales para los más variados propósitos. La
historia de la humanidad en los últimos nueve mil años es la historia de los
metales: con ellos hemos construido el mundo en que vivimos.

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